Hablemos del arte, de por qué ya nada nos sorprende y por qué parecemos no inmutarnos cuando vemos sangre chorreando en cuerpos humanos.
Estamos absolutamente insensibilizados, tenemos al alcance de nuestra mano toda la información que necesitemos, y por supuesto, la que no necesitamos. A la fuerza conocemos todos los estilos artísticos. ¿Crees que no tienes idea de cultura? En algún lugar de tu cerebro un montón de información está guardada, seguramente para nunca salir, su función es normalizar los estímulos que te llegan. Ya lo has visto todo. Es por eso que si eres aficionado al más puro gore vas a ir en busca de más, siempre más y una comedia romántica te va a entrar sólo superficialmente.
En pintura hay montones de tendencias que intentan romper con las barreras de insensibilización, se puede recurrir a temas escatológicos, sexuales y de violencia pero incluso estos, que se supone son los temas más chocantes, ya se han normalizado y por tanto se deben construir historias de manera distinta.
Voy a mencionar el Shock art, su nombre bien lo indica, va a despertar tu mente con más que una imagen, con una experiencia al igual que lo hace el surrealismo. Puede ser sórdido, caótico y desconcertante. Cambia la percepción que tenemos de algunos estereotipos, lo típicamente bello e inmaculado podría ser igual de atrayente de una forma más sucia y real. ¿Desde cuando un mundo artificial y plastificado nos parece lo auténtico? (Enlazo cada imagen con la web del autor o una relacionada)
Acabo con una de mis pintura preferidas, la Ofelia suicida de Millais ‘’Sí las palabras se forman del aliento, y éste anuncia vida, no hay vida ni aliento en mí para repetir lo que me has dicho.” Hamlet de Shakespeare
El pulmón independiente
“Sólo estoy muerto espiritualmente. Físicamente estoy vivo. Moralmente soy libre”
Henry Miller
domingo, 1 de marzo de 2015
lunes, 13 de octubre de 2014
A punto de implosionar
¿Por qué cuando te
dispones a adoptar un animal te preguntas si vas a ser capaz de cuidarlo y no
te preguntan si vas a ser capaz de disfrutar de él? ¿Por qué me debe definir mi
profesión, mi nombre o qué música escucho? Claro, si la vida es sufrimiento y
con esfuerzo se consiguen tus metas las arrugas llegan bien merecidas. Yo digo
que voy a nacer para ser feliz.
¿Hasta qué punto muchos de nosotros merecemos una desinserción
social?
¿Justifica el progreso científico-tecnológico toda esta agonía?
Tanta prueba y laberinto, tanto catálogo al que suscribirse y tanto látigo con
punta de cuchilla sobre las espaldas… Si ahora soy sólo un número. Un contacto
más… Si la superación personal pasa por ser sometido y vejado por el viejo
sistema que nos chafa con su bastón y babea sobre nuestra -cada vez más-
apretada corbata…
Allá donde existe un mundo donde la vida sea incorpórea y se
viva como partícula saltando de huésped en huésped, sin la necesidad de cubrir
las ganas de beber que nos atan aquí, yo viviré. Llegaré así saltando al
principio de los mundos, tan rápido que la luz quede atrás y el tiempo se doble
ante mí. Veré las lunas más pobladas de mi universo y querré más. Saltaré a
otro universo a través de la oscuridad sin miedo porque yo tengo la libertad de
correr más que la luz. Vuelvo a este mundo y salto de ente en ente, de pez en
rana, de pájaro en gusano y repto hasta conocer qué les conmueve.
A mi me conmueve saber. Saber por qué.
A punto de implosionar…
3… 2… 1
lunes, 22 de septiembre de 2014
Cómo solidificar la luz (III)
Día a día salgo de mi
habitación y voy a la colina a rodar o a pensar. Cuando llego a casa me
encuentro a ese hombre dentro. Se dedica a hacer chapuzas. Ha pintado la verja,
limpia las alfombras y cepilla los gatos. También habla con Nutella, parece que
le gusta estar con ella. Nunca he podido entender por qué todo el mundo la
quiere.
Estando el la ciudad,
andando perdida por las calles miré hacia atrás y ahí estaba ella. Pequeña,
redonda, niña. Tenía la cara sucia de barro (probablemente) y su vestido estaba
lleno de sangre. Seguí mi camino pero notaba su fétido olor tras de mí. Paré en
el centro de la carretera y le di una de las manzanas de mi bolso. Se quedó ahí
quieta mirándola y aproveché para irme a la acera. Me miraba con cara de
necesidad. Deseé que muriera. Un coche derrapó para no atropellarla, los
sucesivos le gritaban que se apartase pero cuando se daban cuenta de lo mona
que era se dejaban chocar hasta crear una montaña de destrucción. La miraba
impasible desde el borde de la acera intentando explotarla mentalmente. Hasta
que llegó el atardecer por el borde de los edificios y como si se tratase de mi
ángel vengador apareció un motorista rojo. Frenó a unos metros de ella. Maldita
mi suerte. Le lancé una manzana al débil motorista pero no llegué ni a rozarle.
Giró su cabeza hacia mí y vi como sus ojos ardían tras el cristal del casco.
Puso su mirada de fuego en la niña y aceleró. Pum. Pobre niña, lloraba y
lloraba. Seguí mi camino.
Un mes después seguía
caminando por la ciudad buscando algo que aún no he encontrado cuando noté olor
a chocolate. Me giré y ahí estaba, la niña, Nutella mirándome con la cara sucia
de chocolate (probablemente). Adicta sociodependiente. Supe que nunca dejaría a
mi sombra vivir en solitario así que la adopté como mascota.
Este hombre… el Hombre
arrugado guarda sus herramientas entre las arrugas de la cara. Desconcertante
es que cuando sale de casa su volumen de arrugas aumenta a pesar de no haber robado nada.
Decidí poner al Gato a espiarlo detrás de la cortina. Cuando me pasa el informe
de rastreo lo noto nervioso, tenso, ni siquiera maulla; estaba segura de que el
Hombre se huele algo. Parece que no solo adecenta la casa sino que parece
buscar algo con mucho interés.
Decido reflexionar
mirando a los campesinos. Se dedican a levantar la paja con unos objetos
puntiagudos. La tiran al aire y cuando cae al suelo la vuelven a tirar. Puedo
notar cómo entran por mi nariz pequeños trozos de paja. Me fijo bien en el
encuentro entre el objeto y la paja. De él salen ratones gigantes de paja que
desaparecen con el viento. Es como una danza ensayada y efímera. Aumentan su
ritmo con lo que se crea un tornado de paja y ratones. Veo como uno de los
campesinos salta y agita los brazos con ferozidad. Su cara está llena de
lujuria. Todos se acercan a él y lo rodean. Después de un rato caen al suelo
por la cantidad de paja que tienen en los pulmones. Me acerco al campesino
excitado y veo lo que tiene en la mano. ¡Una aguja! Se la robo y vuelvo a casa.
Entro
en el cuarto de Nutella y está tirada en el suelo revolcándose y llorando. El
Gato me dice que ha sido el Hombre. Salgo en su búsqueda enfurecida. Sólo yo
puedo hacer llorar a la niña. Lo encuentro sentado frente a la chimenea. Me
lanzo sobre él y lo agito. De sus arrugas empiezan a salir innumerables
herramientas, jabón y papeles. Lo agito aún más hasta que no sale nada más.
Ahora solo es hueso y pellejo. Vuelvo a poner las herramientas entre sus
pliegues y lo arrastro fuera de casa. Cojo todos sus papeles. Son números. Más
números. Y una bolsita pequeña con un papel en el que pone ‘sea monkeys’ y los
bichos dentro. Huelo a Nutella detrás de mí. Abre su sucia mano y en ella tiene
otro papel con los dichosos numeritos.
-
Quería que le dejase meterse en mi bañera. (solloza) Pero no le he dejado y
además le he arrancado este número.
-
¿De donde los ha sacado?
-
Están por toda la casa. Desde que llegó no para de buscarlos. (se abraza a mi y
la aparto de un golpe)
-
¿Qué más? ¿Qué te ha estado haciendo todo este
tiempo? ¿Qué le has hecho tú?
-
Solo hablábamos. Me decía que él en realidad no es un hombre mayor. Me decía
que necesitaba hacer un viaje. Decía que necesitaba meter los números en agua.
Siempre me ha tratado muy bien, me hacía sentir… especial.
-
¿Especial? Ningún ser es igual que otro pero con tu
ansia de sobresalir estás consiguiendo ser más del montón que cualquier otra
ameba. Mira lo que te he traído, una aguja. Toma, diviértete con ella, se te da
bien.
-
¡¿Para mí?! Nunca me habías regalado nada. ¡Sabía que te importaba!
-
Lárgate.
Veo
como la niña se va con la aguja hacia el prado, creo que se está pinchando un
ojo. La adoro. Voy a su bañera y la lleno. Saco los Sea monkeys y los tiro
dentro, con fuerza para que salpique. Siempre he pensado que estos bichos son
los que usó Dios para crear vida en este planeta. Debe ser un hombre que no se
complica. Abre una bolsa y la golpea contra el mar. El proceso degenera en unos
mutantes a los qué llama animales y humanos. Es tan vago que no se molesta en eliminar
su error. Le bastaría con soplar fuerte pero su capacidad pulmonar debe ser
reducida después de absorber tanta contaminación de sus queridos mutantes.
Amén.
Después
de un rato parece que viven. Voy a introducir los números. La tinta se
emborrona y los papeles van disolviéndose.
Mala
idea.
Los
días pasan. No he permitido a Nutella bañarse (aunque no es un gran sacrificio
para ella).
Ruedo
por la colina.
No
veo al Hombre arrugado no tan mayor. Su casa parece abandonada.
No
puedo rodar más. A Nutella se le han acabado las drogas y ha salido corriendo
para buscar más. No se donde está Gato.
No
tengo Hombre. No tengo niña. No tengo gato. No tengo manzanas.
No
se cuanto tiempo ha pasado porque tampoco tengo tiempo. Entro en mi habitación
y está todo desordenado, roto, sucio. Salto entre las cosas y llego al espejo
donde veo la verdadera causa de este caos. Caigo al suelo.
Noto
agua extendiéndose sobre mí. Huele mal. Está oscuro así que afino mi oído para
encontrar de donde sale esto. Llego al baño de Nutella. Está cerrado e inundado
pero sale luz bajo la puerta. No es una luz estática, si no que se mueve como
si hubiese alguien dentro haciendo sombra. Estoy quieta a un metro de la puerta
y el agua hace pequeñas ondulaciones. Estoy quieta.
-
¿Nutella?
…
-¡¿Nutella?! ¡Te dije que no entrases en el baño¡
…
Silencio
absoluto. Me giro y veo por la ventana de su cuarto el prado. Nutella está ahí
dando saltos.
No
puedo moverme. El agua sigue subiendo. La luz se ha dejado de mover. Está
llegando a cubrirme hasta el cuello. Decido entrar a buceando. Me sumerjo y
abro la puerta. Es un agua muy turbia, no consigo ver a más de un palmo de mí.
Sigo adelante intentando encontrar el grifo. Algo se mueve frente a mí.
Empiezan a pasar cosas verdes de un lado a otro. No me queda oxígeno. Tengo
sed. Decido beberme el agua. Sabe salada y a pez salado. Cuando me la he
acabado el baño está diferente. En el suelo chapotean unos gigantes Sea monkeys
que no tardan en morir. La puerta vuelve a estar cerrada. Las paredes son de
otro color y esa no es la bañera de siempre; me acerco a ella, en el fondo hay
un mapa con números que se parecen al del Hombre. Me acerco. Me acerco más
porque cada vez parece estar más lejos. Me acerco…
miércoles, 8 de mayo de 2013
El que se halle libre de pecado...
Miraba bajo su falda continuamente y no había nada. A veces
intentaba pillarla por sorpresa y volvía a levantar su falda. Seguía sin haber
nada.
Hacía años que compartían su vida; desayunaban juntos,
paseaban juntos, dormían juntos. A pesar de eso estaban en planos distintos, no
se concebían en el mismo espacio. Era como si la constancia se hubiese vuelto
monotonía y eso derivara en la rutina más innegable. Uno se había vuelto la
extensión del otro. Sabían uno del otro desde su talla de ropa interior al tipo
de sangre que corría por sus venas.
Sus arterias estaban unidas de forma inseparable. Era tan
fácil, tan constante… Y sería tan inapropiado acabar con ello… ¿Qué pasaría si
te cortaran una mano? No solo sentirías dolor por el hecho del corte. Cuando te
dispusieras a coger la taza de café del desayuno extenderías el brazo pero la
taza no se acercaría a tu boca. Cuando caminases no podrías saludar a tu
vecino. Cuando durmieses no podrías secarte las lágrimas.
Ella estaba ahí, no como una necesidad sino como una verdad
innegable.
Recuerda cuando se miraban durante horas porque no
necesitaban decir nada, hablaban con los ojos. Ahora uno sentado frente a otro
sus ojos son difusos ya no se esfuerzan en buscar un tema sobre el que hablar.
No lo necesitan. No necesitan cumplir con el protocolo. Tampoco tienen la
capacidad. No ha pasado nada que les interese porque todo es igual.
Hace años que empezó a mirar bajo las faldas de otras
mujeres. Solo buscaba que le miraran como hacía ella. Y le miraban. Y él bebía.
Cuanto más bebía más le miraban.
Él tampoco podía ver. Hace años su reflejo era solo bruma.
Cuando veía su imagen en un espejo no era más que un rostro de marfil sin
facciones y el cristal le devolvía una ligera mueca que sugería condolencias
para sí mismo. Sólo se veía representado cuando se miraba en los charcos; si era
un charco lleno de tierra, de barro, suciedad e inmundicia veía su rostro tal
cual era y se sentía feliz de reconocerse. Podría mirarse en el charco durante
horas porque a parte de la nada bajo la falda de su mujer sería lo único que le
resultaría como su hogar. Lo que siempre había buscado, la monotonía.
Empieza el juego, el de todos los días. Corre a coger una
piedra. Gana el que mata más en media hora y consigue sobrevivir. Esa es
demasiado pequeña. Corre a coger una puntiaguda. Ahí hay un hombre despistado.
Pasa sigilosamente a su lado y le golpea la cabeza. Los sesos salen despedidos.
Busca otra piedra, esta es grande y sólida. Una mujer está intenta golpear a un
niño pero es demasiado lenta. Le da un golpe y el niño da un respingo pero no
ha muerto. La ley estipula que debe ser de una estocada o debe soltar su piedra
y dejarse matar. Cae tendida en el sueño frente al niño convulsionando, ambos
esperan el mismo final, sólo cambia el destino. Va hacia ella, le levanta la
falda y no hay nada; la golpea y se le mete sangre en un ojo, pero no le
importa, ya está acostumbrado. Esa piedra está demasiado mojada y sucia, pero
es su piedra de la suerte. Hay un charco de barro, ahí la limpiará porque es de
sus lugares favoritos.
La restriega con fuerza pero ve que hay algo tras la piedra.
Es su reflejo, tan natural como si acabase de nacer y tras de él está su mujer.
Agachado como está se gira a mirarla. Quieta como siempre oye como sus
corazones van al mismo ritmo. Tan pausado y taquicárdico a la vez. Ella sostiene
una piedra. Ella no lo haría, no se cortaría una mano, no renunciaría a su
seguridad. Golpea.
Tirado en el charco con la garganta inundada de sangre ve
reflejada a su mujer. Ella se acerca; desde ese punto puede ver reflejado lo
que hay bajo la falda de su mujer. El mismísimo universo esperando su llegada
estaba ahí y le miraba confiando en que nunca más volverían a separarse por la
Nada. Fue el momento más feliz de su vida en el país de la constancia.
Marcos Z. (I)
La piel se le desprendía de la carne mas él se sentía
poderoso. Su cuerpo ya no pesaba. Avanzaba pero notaba que sus pies no tocaban
el suelo. Una leve brisa le empujó junto a la nube de humo como si fuera un
Dios recién nacido, se dejó mecer por ella y perdió el sentido del tiempo.
Sentía que su cuerpo se había expandido, que estaba húmedo por las lágrimas y
la sangre, que formaba parte de la nube.
Tras recorrer media Tierra de Putrefacción notó que empezaba
a compactarse. Al ser menos volátil perdía altura y se precipitaba a un fondo a
penas visible. Movía los brazos intentando volar. Aspiraba humo y más humo
intentando lograr el anterior resultado.
Cómo solidificar la luz (II)
Cuando conseguí que los brazos del manzano
olvidaran su amor por mí corrí a casa. Para mi sorpresa estaba todo el equipaje
en su sitio. Incluso parecía que se hubiese hecho vida allí durante un tiempo.
Nutella estaba hablando con un hombre que solo conseguía ver de espaldas.
Estaba sentado en el banco de madera muy cerca de ella y por debajo de la mesa
se veía como tenia la mano sobre en su rodilla. Cuando advirtieron de mi
presencia se giraron alterados. N. se levantó y retorcía su vestido
avergonzada. Cómo quise reprenderle allí mismo. Ella solo es una mascota, un
perro obediente que ha de seguir mis pasos y por supuesto no debe dejar pasar a
hombres. Al fijarme en él vi como me miraba con esos ojillos diminutos que
asomaban entre las arrugas. Se levantó y me acerqué corriendo a él, quedando a
pocos centímetros de su cara. Maldita séa.
- ¿Cómo ha entrado en mi casa?
- ¡Juro que no lo he podido impedir, dijo que
era urgente!
- Cállate y sal de aquí.
- Señorita…
Lo miro en silencio intentando no denotar
ninguna emoción a pesar de que me chirrían los dientes.
- No voy a darle mi nombre, si eso es lo que
pretende. ¿Qué es lo que me ha dado usted? Me está quitando aire que me
pertenece, porque esto es MI casa (sigo tan cerca de él
como me permiten mis zapatos, estando aquí tengo el derecho de hacer con él lo
que quiera).
- Siento desafortunarla
pero en el momento en que vi que entraban a esta casa tuve la necesidad de
venir enseguida. (No soy capaz de prestar
atención a lo que dice, solo noto su aliento en mi cara y ese extraño calor que
desprende. No se achanta, sigue firme a pesar de que esté invadiendo su
espacio. Si empiezo a pegarle puñetazos seguiría aquí plantado. Si cogiera mi
martillo de plata y le clavara un clavo en el estómago seguiría ahí. Puede que
sea eso, puede que haya encontrado mi martillo y se haya clavado los pies al
suelo con el propósito de fastidiarme. Opto por alejarme unos metros) Vivo en la casa de al lado, la de la colina,
la del tejado amarillo. Somos vecinos. Desde que estoy aquí nadie quiso comprar
este lugar. Es más, tenía entendido que el propietario tampoco tenía intención
de deshacerse de ella.
- No veo a donde quiere
llegar. ¿Se trata de una visita de cortesía? ¿Ha traído una tarta de manzana?
Ahórreselo. Aquí no son bienvenidos los convencionalismos. Si ha venido a
quemar mi casa o a traerme clavos se lo agradeceré y puede que le deje pasar la
noche con la niña. Si por el contrario pretende pasar por aquí como un
fantasma… ya puede atravesar la pared y volver por donde vino.
- No se altere. Pero le
diré que sí, estoy aquí por puro egoísmo. Curiosidad, si lo prefiere. (Empieza a moverse
por la sala con seguridad. Como si fuera suya. Rondándome como una mosca. Pone
su mano sobre mi hombro y me aparto. Ojala tuviera aquí mi martillo)
- Dígame qué quiere, ya
me he cansado de su zumbido.
- Solicito visitar esta
casa las veces que me plazca desde ahora.
- ¿Para qué? Bueno, no
me importa. Haga lo que le de la gana. La puerta está abierta. Pero su colina
es mía. Desde ahora. (No se qué expresión
muestra su cara, sus arrugas lo inundan todo, todo el espacio entre nosotros
que ahora parece kilométrico)
Giré sobre mi misma y entré en mi cuarto. Sabía
lo primero que debía hacer. Abro una caja y saco los pestillos. Uno a uno los
voy poniendo sobre todo el marco de la puerta. Entraron veintisiete, no está
mal. Caí rendida frente a la puerta rendida por el rodamiento y el sueño
profundo y abrazada al pestillo número veintiocho.
domingo, 31 de marzo de 2013
'La vida se entregó a nuestras manos tras habernos hecho inteligentes, y hasta aquí la hemos traído'
Ensayo sobre la ceguera. J.Saramago
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